Después de un almuerzo riquísimo, decidí sentarme a la sombra y hacer un dibujo en mi diario. Comencé a dibujar una niña. Le hice unas trenzas muy largas y muchas pecas en las mejillas, unos ojos grandes y curiosos y un bonito vestido. Cuando llegó el momento de colorearla, miré mis pinturas y escogí una de color azul.

¡Menudo susto me llevé cuando comencé a colorearle el vestido! La niña frunció el ceño y me dijo:

—¡No, no y no! ¡Quiero que me pongas florecitas en el vestido!

¡Mira tú! ¡Ya se me había olvidado que si dibujo a mis amigos Toc Toc en la Isla, se vuelve real!

Bueno, pues cogí una pintura e hice lo que mi amiguita me había pedido. Pero, en cuanto que me vio coger la pintura verde para pintarle los zapatos, volvió a quejarse. Esta vez la interrumpí:

—¡No va a ser todo como tú quieras! Este es mi dibujo ¡y yo decido el color de los zapatos!

¡Menudo enfado se cogió! Cruzó los brazos y me dejó de hablar.

Según terminé de pintarla, saltó del diario y se descalzó. ¡Qué testaruda!

Pero, cuando me vio escribiendo en mi diario, le asaltó la curiosidad y me preguntó que qué estaba haciendo.

—Estoy escribiendo un poema.

—¡Ahhh! ¿Me lo puedes leer?

—Claro, ahora mismo:

Las plantas perfumadas de la Isla

Tienen un color que les da belleza

Ese color es una maravilla

Es el color de la naturaleza

¿Pero cuál es ese color?

No es ninguna sorpresa

Respondo yo con amor

Es el verde, ¡con certeza!

Cuando acabé de leer el poema, miré a mi amiguita, que estaba muy feliz con sus zapatos verdes puestos.

Entonces decidí llamarla Verdina Toc Toc, y a ella le encantó.

Mil besitos de Lola Toc Toc.